Unos
días antes empezaron los miedos. Pero contra todo pronóstico, no fueron miedos
a que algo fuese mal durante el parto, sino miedo a que cualquier cosa me
impidiese parir tranquila en casa y nos hiciese ir al hospital. Empecé a tener
síntomas fantasmas, dolores absurdos… miedo, miedo, miedo. Mi prueba esta vez
no era el parto en sí, sino confiar en que llegaría a él. Yo sabía que una vez
que el parto empezase nada iría mal… sólo me aterraba la idea de no llegar
hasta allí. Y para acabar de pasar la prueba, en la semana 38+3 días, rompí
aguas.
No lo
esperaba. En absoluto. En mis partos anteriores la bolsa, o bien la habían roto
durante el parto, o se había roto espontáneamente con la dilatación muy
avanzada. Así que cuando a las 8,00 de la mañana del martes, me levanté con
pérdidas de líquido no sabía si alegrarme por lo poco que quedaba o preocuparme
porque, en eso sí se parecía al resto de mis partos, aún no había tenido ni una
sola contracción que indicase que la dilatación había comenzado.
Era una
fisura. Salía líquido de a poquitos. Llamé a Marta, mi matrona. Me dijo que intentaría
venir a lo largo del día… pero a las 10 de la mañana estaba en casa. Escuchamos a Román y todo estaba bien… ¿qué
hacemos?... nada, esperar. Nos tomamos un té tranquilamente en la cocina,
hablando de lo divino y lo humano… y al levantarme para despedirme, la rotura
de la bolsa dejó de ser fisura para convertirse en rotura franca. Un río de
líquido bajó entre mis piernas… y así me pasé las siguientes horas… sintiendo
cómo el líquido salía y esperando a que apareciese alguna contracción.
Pero
nada. Marta se había marchado. Habíamos quedado en que en 24 horas
valoraríamos, pero mi cabeza iba a mil por hora. Y si no aparecen? Y si no me
pongo de parto? Qué hago? Pasé todo el día ahí, anclada en el “y si”… y las
contracciones no venían, ni una, ni floja, ni fuerte… nada…
Me
acosté entre lágrimas, temiendo no ponerme de parto. Intelectualmente sabía que
había más que 24 horas, y que podría contar con Marta si decidía esperar más…
pero a la vez sabía que como mucho, muchísimo, emocionalmente no aguantaría más
de 48. Así que me acosté pero no dormí. Intentaba captar cada mínimo
movimiento. Sentir la más leve evidencia de una contracción… pero hasta pasadas
las 12 de la noche no empecé a notar levísimas contracciones, muy espaciadas y
muy flojas, pero por fin algo se movía, íbamos hacia alguna parte.
Las
siguientes horas fueron así, sintiendo contracciones y sonriendo con cada una.
Algunas eran un poquito más fuertes, lo que aún me hacía sonreír más. Por fin, entre las 4,30 y las 5,00 todo se
volvió más intenso, más profundo, más doloroso y más concreto. Dí una vuelta
por casa pero aún me volví a meter en cama. A las 5,30 decidí que aquello iba
en serio… faltaba poco. Llamé a Marta y
a continuación al trabajo de Manu para que le avisasen de que estaba de parto. Y
me senté a esperarles. No llamé a mis padres para que vinieran a buscar a los
niños porque aún no sabía si el parto duraría mucho o no, pero un cuarto de
hora después, cuando llegó Manu, me costaba aguantar las contracciones y les
llamamos.
No
podía ponerme de pie, ni sentada… las contracciones eran muy fuertes, muy
seguidas, y en realidad, casi no paraban… la sensación era más bien una sola
contracción que bajaba y subía en intensidad, pero que nunca me abandonaba del
todo. En 20 minutos mis padres estaban en casa y yo ya casi no podía hablar…
seguía tumbada, era la única postura en la que me encontraba bien. ¿Y el parto
vertical? Y las mamíferas y el canal de parto y la toda la teoría sobre la
postura?? A la porra!! Sólo podía estar tumbada. Se fueron mis padres y llegó
Marta. Todo muy sincronizado. Me encontró de pie… no recuerdo si intentando ir
al baño o volviendo, pero lo cierto es que no me podía mover… si las
contracciones acostada eran difíciles de llevar, de pie eran imposibles… era
una sola contracción continua que no bajaba de intensidad.
Marta
escuchó a Román y me dijo que estaba todo perfecto, lo único que lo escuchaba
lejos y que no acababa de entender cómo estaba situado. Pero yo sólo escuchaba:
“está bien”… el resto me daba igual.
Eran
las 6,30… sólo había pasado una hora y media desde que todo se había
desencadenado. Yo seguía tumbada… en un momento intenté sentarme en un banquito
pequeño pero otra vez casi me desmayo del dolor. Ahora que todo está donde debe
estar, llamad a Patri. Patri, mi amiga y una de las madrinas de Román. Quería
que estuviese con nosotros. Cuando llegó, creo que ya sobre las 7,30, yo ya estaba
empujando.
Román
nació diez minutos antes de las 8 de la mañana. Sin líquido amniótico y, sin
que nadie se diese cuenta, en posterior. Por eso costaba escucharle bien. Por
eso dolió tantísimo, por eso fue tan intenso. Marta dice que fue una suerte no
haberme hecho un tacto, porque así ni ella misma supo cómo venía y nadie supuso
un parto más complicado o más largo sólo por cómo estaba colocado.
Cuando salió, nadie más que yo lo tocó. Lo
cogí en brazos y lo puse sobre mi pecho. Me quité la camiseta que llevaba y
esperamos a que dejase de latir el cordón. Salió la placenta pero el cordón
siguió latiendo… casi media hora después se pudo pinzar. Lloramos todos. Marta,
Manu, Patri, Román y yo. Y como los partos y las lágrimas de alegría dan
hambre, una hora y media después estábamos todos en la cocina comiendo
croissants y tomando café con leche.
Violeta
y Lucas volvieron a mediodía. Mis padres se quedaron a comer. Comida rica y
helado. Un día de fiesta… lo que debe ser un nacimiento.
Pienso
mucho en cómo habrían sido las cosas de haber optado por un parto hospitalario.
24 horas de bolsa rota. Estreptococo desconocido. Bebé en posterior.
¿Inducción? Casi seguro. ¿Fórceps? ¿Ventosa? Más que probable… con su
episiotomía y sus puntos correspondientes. ¿Antibiótico para mí? Sin duda. ¿Y
para Román? También… lo que hubiese implicado además una separación de una
semana, él ingresado en neonatos y yo peleándome para entrar, para cogerle,
para alimentarle, para todo. Pienso mucho en cómo se habría torcido todo, en
como un día de fiesta podría haber acabado con una semana en la casa del
terror. Así que sólo puedo dar gracias por este nacimiento… gracias a Marta por
habernos regalado su presencia tanto a Román como a mí, tanto a mis dudas como
a mis miedos… gracias a Patri por compartir este momento, por haber madrugado
para estar, sólo estar, en el nacimiento de su ahijado… gracias a Manu, por su
templanza siempre, por su saber estar seguro y confiado. Y gracias también a
mis padres, por comerse sus miedos y confiar en mí, por haber pasado todo el
embarazo y el parto sin tener claro que esta fuese una buena opción para ellos,
pero callando y aceptando que era la mejor opción para nosotros. Gracias a
Violeta y a Lucas, que me trajeron de la mano hasta este parto, y le regalaron,
sin saberlo, este nacimiento a su hermano. Y gracias a todas las mujeres que me
han enseñado el camino y han ido quitando piedras y ramas viejas para hacérmelo
más fácil…
A
todos, de corazón, gracias… mías y de Román.