lunes, 18 de octubre de 2010

La doula como agente de cambio

Ponencia presentada dentro del marco de las I Xornadas Universitarias Multidisciplinares para a Humanización do Parto (Universidade da Coruña) el 18 de Octubre de 2010.


Cuando preguntan qué es una doula, siempre contestamos que es una mujer que acompaña a otra en su proceso de convertirse en madre. Decimos que es una mujer que puede estar al lado de la madre, desde un punto de vista emocional, en cualquiera de los procesos que conforman la maternidad: la búsqueda de un hijo, el embarazo, el parto, el posparto o el difícil trance de la pérdida de un bebé.

La doula, en España, no está reconocida a nivel legal o profesional. Sólo está legitimada por el hecho, nada despreciable, de que cada vez más mujeres demandan su acompañamiento. Pero lo cierto es que ésta no es una figura nueva. La verdad es que si surge la figura de la doula es en respuesta a una necesidad. Y no es una necesidad creada o inventada.

Tradicionalmente, la mujer siempre ha estado acompañada en los distintos trances de la maternidad, pero esta labor de acompañamiento siempre se había llevado a cabo de forma espontánea, natural, no reglada, y no por mujeres específicamente dedicadas a ello.

Sin embargo, de una manera paulatina, y a través de la implicación de diversas causas como la imposición de la familia nuclear, las migraciones masivas y con ello la desvinculación de la familia de origen, la medicalización y hospitalización de los procesos de la maternidad, la irrupción del varón en los paritorios casi como una obligación y no como una opción, etc. etc. etc., empieza a hacerse sentir de forma consciente la necesidad de algo que antes era inconsciente y se hallaba colmado, como digo, de una manera natural y no planificada como necesidad sin identificar.

Ahora bien, las doulas, además de realizar su labor de manera específica, formada, organizada, con unos objetivos concretos para cada mujer a la que se acompaña, tienen otra diferencia fundamental con esa figura femenina que desde siempre ha estado acompañando a la mujer en su maternidad. Y es que las doulas, además del trabajo específico con cada mujer, tienen, como colectivo, a mi modo de ver, una doble e importante función: por un lado, como ya he comentado, la existencia de las doulas pone en evidencia una necesidad, una carencia de nuestros sistemas sanitario, social y familiar, y por otra, la existencia de las doulas, si la aprovechamos, puede ser utilizada como agente de cambio de esos sistemas.

Vamos por partes.

1. La doula como evidencia de una necesidad.

Las mujeres que nos dedicamos al acompañamiento no hemos decidido de motu propio inventarnos una ocupación. Muchas de nosotras, por no decir la mayoría, hemos llegado a este camino a través de haber sentido, en nuestro propio proceso, las carencias bien del sistema sanitario, del social o del familiar, cuando no de todos ellos a la vez. Asimismo, las mujeres que recurren a una doula demandan, cada una, que sea cubierta una necesidad diferente, pero que por la razón que sea no encuentran otro estamento o profesional que la cubra.

En este sentido, el hecho de que cada vez más mujeres contacten con una doula, pone de manifiesto una serie de carencias, necesidades o deficiencias. Podemos mencionar alguna de ellas para hacernos una idea:

*Falta de tiempo para una atención personalizada.

*Excesiva medicalización de procesos fisiológicos relacionados con la maternidad.

*Falta de referentes femeninos no contaminados por la imagen social dominante.

*Falta de redes femeninas cercanas y constantes.

*Desconexión de la mujer con el propio cuerpo y sus procesos.

*Intereses comerciales y económicos.

2. La doula como agente de cambio.

Como decía anteriormente… la existencia de las doulas, y el hecho de que cada vez más mujeres cuenten con una en su maternidad, pone en evidencia ciertas carencias.

Pero la idea no es regodearse en esas necesidades y dejar que sigan existiendo y sean cubiertas por un colectivo que está funcionando de una manera casi subterránea, invisible para el gran público. Las doulas debemos trabajar para propiciar el cambio, no sólo para aprovechar el hueco dejado por otros.

En este momento, al estar cerca de la madre y desligadas del sistema sanitario y sus obligaciones, tenemos la oportunidad, y la responsabilidad, no sólo de seguir evidenciando las deficiencias, sino de hacer algo para corregirlas. Debemos encontrar espacios de colaboración con los profesionales de la salud, pero también debemos trabajar para normalizar los procesos de la maternidad, que llevan tanto tiempo alejados de la mujer:

Reconectarnos con el embarazo y su naturalidad.

Aproximarnos al parto como una parte más de nuestra sexualidad y no como una enfermedad peligrosa que hay que pasar en un hospital hiper-tecnificado.

Conocernos y re-conocernos como mamíferas que saben y pueden alimentar a sus crías.

Aceptarnos y querernos como mujeres, con nuestra femineidad y nuestra fuerza, sin perder espacios públicos, sociales, políticos o domésticos.

Y por fin, volver a tejer las relaciones de conocimiento y sabiduría con otras mujeres, no para desaparecer de la escena, sino para aparecer en ella con protagonismo y empuje.

Las doulas acompañamos a las mujeres, sí, pero me gusta creer que también acompañamos a la sociedad en un cambio necesario para que la maternidad, y el nacimiento de nuestros hijos, sean tomados con la relevancia que de verdad tienen para nosotros. Y siempre digo lo mismo: ojalá, de verdad, ojalá algún día dejemos de ser necesarias. Ojalá las mujeres dejen de llamarnos. Será el mejor indicio de que hemos cumplido con nuestra misión.

Esta ponencia está dedicada a Jesusa Ricoy Olariaga, doula, educadora prenatal y amiga enciendecerillas. Que ha logrado prender en mí el fuego permanente del inconformismo.

miércoles, 6 de octubre de 2010

Criar sin castigar

Charla para la semana mundial de la lactancia materna 2010.

Tomiño. Pontevedra.

Para hablar de lo que significa criar sin castigar lo primero que tenemos que saber es a qué nos estamos refiriendo. Porque lo cierto es que muchas personas dicen que no castigan cuando en realidad lo que quieren decir es que no pegan a sus hijos, o que no les encierran en una habitación hasta que se les pase el “berrinche”. Pero la realidad es que se castiga y mucho, porque es lo que sabemos hacer, es lo que hemos aprendido, es lo que nos han enseñado y nos cuesta mucho encontrar alternativas.

Un castigo es una herramienta de modificación de conducta. ¿Qué quiere decir esto? Más allá de lo que quiera decir a nivel psicológico o pedagógico, el hecho de que sea un medio para conseguir un fin es muy importante. Es decir, por mucho que nos intentemos convencer de los contrario, un castigo no es el resultado de una mala acción, sino que es una acción que se realiza con el objetivo de conseguir un resultado; no es un porque, es un para qué.

Utilizando un lenguaje psicopedagógico, un castigo consiste o bien en la aplicación de un estímulo negativo o en la retirada de un estímulo positivo con la intención de modificar o extinguir una conducta determinada en un sujeto. Por ejemplo, dar un cachete es aplicar un estímulo negativo, cancelar la visita al zoo que teníamos esta tarde es retirar un estímulo positivo. Pero ninguna de ellas es mejor (ni peor) que la otra, ambas se basan en el mismo proceso psicológico: conseguir que la conducta que no nos gusta tenga una consecuencia desagradable y por lo tanto, la persona (en este caso el niño) acabe por dejar de realizarla.

Es necesario aquí distinguir un castigo de una consecuencia lógica. Primero porque, como comentaba antes, un castigo no es una consecuencia, sino una acción en sí misma. Y segundo, porque otra de sus características es que es arbitrario, es decir, puedo elegir cualquier estímulo como castigo, esté o no relacionado con la conducta que quiero modificar. Por ejemplo, si no te comes las lentejas, no verás la tele. No hay conexión entre comer y ver la tele. En cambio, una consecuencia lógica es algo que no estamos imponiendo para modificar una conducta que a nosotros nos desagrada, sino que es algo que es inevitable. Ejemplo, si no dejas de asomarte a la ventana del 6º piso tendré que cerrarla… En este caso sí es una consecuencia, y se deriva directamente de la actividad que se está desarrollando que puede, por ejemplo, suponer un peligro potencial.

Pero volvamos a los castigos. Funcionan. Los castigos funcionan. Son fáciles de aplicar y sus resultados se obtienen con relativa prontitud. Entonces… por qué algunos padres, madres y profesionales abogamos por una manera de criar y educar sin castigar??

En primer lugar porque, como ya he comentado, los castigos son una técnica de modificación de conducta, y me pregunto en muchas ocasiones si estoy legitimada para modificar la conducta de nadie desde el exterior, otorgándome la potestad de decidir desde fuera lo que está bien y lo que está mal. Nuestros hijos pueden comportarse de una manera que nosotros no esperamos, que no compartimos, que no utilizaríamos, pero normalmente esa conducta no es gratuita, no está ahí para molestar (ni a nosotros ni a otras personas), sino que probablemente tenga alguna función (el niño nos manifiesta su malestar por alguna cuestión física o emocional –le duele la pierna, está disgustado porque su amigo no ha podido venir a comer, está enfadado porque ha tenido que ir a clase de piano en lugar de quedarse a jugar al fútbol-, el niño puede no conocer las consecuencias de alguna de sus actividades –puede no saber que ese jarrón que está usando para hacer experimentos de barro es una herencia de la bisabuela, puede no entender que nos duela horrores la cabeza- o simplemente tiene una necesidad que nos está comunicando… sueño, hambre, sed… o atención)

En segundo lugar, porque con un castigo no profundizo en la comprensión de la conducta que quiero modificar o eliminar. Es decir, el niño no aprende que hablar o cantar o gritar GOOOOL mientras mamá habla por teléfono hace difícil la comunicación de mamá… entiende que si mamá habla por teléfono mejor callarse porque si no me echan fuera, o me gritan para que no grite yo, o incluso me dan un cachete si protesto porque lo que tenía que decir era importante. ¿He aprendido algo sobre el respeto a los demás, sobre respetar los tiempos, espacios, conversaciones de los otros? O he dejado de hacer algo por miedo a las consecuencias?? He aprendido a tener miedo??? En este sentido, nos volvemos cada vez más dependientes de los demás, dejando de ser capaces de reconocer por nosotros mismos lo adecuado o inadecuado de nuestras acciones, y basando nuestra manera de comportarnos en la aprobación o desaprobación externa. Como motivación, bastante deficiente… como estilo de vida, casi lamentable.

Me gustaría hacer una mención especial a los premios y recompensas. Al flan de postre si te comes las verduras, a la chuche si acabas los deberes o a la pegatina con sonrisa si no protestas en todo el día. Los premios y recompensas son la otra cara de los castigos. Funcionan de la misma manera, aunque parezcan mucho más amables. También ponen el acento fuera de la conducta, y también nos hacen depender de los componentes externos para funcionar. Pero además, los premios tienen un agravante… y es que a medida que los niños crecen deben ir incrementándose en cantidad y calidad, pues a ningún adolescente le haremos recoger su habitación prometiéndole una pegatina.

Ahora bien, qué alternativas tenemos para criar y educar a nuestros hijos? Cómo podemos educarlos, criarlos, sin recurrir al castigo, al chantaje y/o a la amenaza. Básicamente, comprendiendo.

Comprendiendo en primer lugar que los niños tienen unas necesidades, unos tiempos y un uso del espacio diferente al de los adultos.

Comprendiendo que no existe una manera estándar de hacer las cosas, que lo que está bien y lo que está mal es relativo.

Siendo sinceros con nosotros mismos y preguntándonos por qué no estamos permitiendo cierta conducta, si es una cuestión realmente importante o es algo que se hace así porque siempre se ha hecho así.

De esta manera encontraremos muchos menos motivos de conflicto con nuestros hijos, y ellos se acostumbrarán a que cuando una cosa no puede ser, cuando negamos algo, cuando pedimos algo, cuando posponemos algo, será por una razón verdaderamente importante. Es mucho más fácil aceptar que no se puede hacer una cosa que aceptar que no se puede hacer casi nada, y entonces no es necesario recurrir a ninguna técnica educativa, psicopedagógica coercitiva pues los niños entienden simple y llanamente que no todo puede ser.

Por otro lado, es importante hablar con nuestros hijos. Dialogar y entender sus motivaciones. Y en ocasiones, cuando tienen razón, ceder. Ceder a su petición, a su comportamiento o incluso a su mal humor (bastante tienen a veces con aceptar que no es posible hacer algo para, además, aceptarlo de buen grado). Ceder nosotros es la manera de enseñarles a ceder ellos. Reconocer que nos equivocamos es la manera de enseñarles a reconocer los errores.

Este camino es difícil. Es más lento. Pero os aseguro que es infinitamente más gratificante. Increíblemente más divertido. Y por si alguien lo duda, también funciona.